Barrio Piedras Blancas de Bogotá surgió de las entrañas de la comunidad - Bogotá - ELTIEMPO.COM

2022-09-17 11:32:51 By : Ms. Jessie Gao

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Casa en Piedras Blancas, Soacha. Mayo de 2022

María Barrios, cortesía MANADA 2.0

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 (*) Este texto de lectura extensa es un reportaje escrito por un periodista joven, participante en la escuela de periodismo cultural del proyecto MANADA 2.0, de Idartes en asocio con EL TIEMPO: - - - "¿Y me va a tomar una foto? ¿Voy a salir en una foto? Porque si me va a tomar una foto, voy y me cambio — dice, ansiosa, ‘Rebequita’ Pérez al saber que nos gustaría conocer su historia. — Sigan. Perdonen el desorden. Acabo de poner el piso. Estoy arreglando un carro de madera y esa tula porque bajo a Bogotá. Siéntense. El piso lo compré en unos saldos. Qué pena el polvo. Es que estoy arreglando. Me lo dejaron barato: 12 mil pesos el metro".

La velocidad de sus palabras no da tiempo para preguntarle detalles o atar cabos sueltos. Los movimientos entre sus dedos son rápidos, sus pies desnudos y cubiertos de polvo sobre el piso recién emboquillado están inquietos. Su mirada se fija sobre la mía esperando que lance la primera pregunta. Angustiada, organiza su cabello cenizo y reitera su disposición a conversar sentándose en la esquina superior de la cama. La comisura izquierda de su boca se eleva sutilmente como un gesto de cordialidad y la rapidez de su cabeza asintiendo ante nosotros en repetidas ocasiones nos indica que, sin más dilaciones, debemos empezar. ‘Rebequita’ Pérez llegó al barrio Piedras Blancas cuando en la parte alta solo vivían Fernando Alba, Jorge Eliécer Padilla y, unos metros más abajo, las familias de los carboneros. — Un día le dije: ‘Ole, usted todavía vive en una loma’, me dijo ‘claro, yo allá vivo’, le dije ‘¡ay! ¿me lleva?’, entonces dijo ‘¡Claro! Y antes compra un lote’. Y a mí nunca se me había pensado (sic) sino seguir pagando arriendo y nunca había pensado decir: ‘Ay, cómo le parece que yo quiero comprar una casita aun cuando fuera de segunda para no seguir pagando arriendo’ — dice ‘Rebequita’ Pérez a propósito de su encuentro con Fernando Alba hace años en una bodega de Corabastos. Su trasegar en Bogotá, característica común de los habitantes del barrio, empezó luego de encontrar sus pertenencias a la intemperie frente a la casa de sus padres. La repentina viudez de su madre movió a Blanca, su hermana, a poner en venta la casa familiar. A partir de ese momento, ‘Rebequita’ Pérez vivió en el barrio Colón con unos vecinos en donde no tenía derecho a cocinar. La incomodidad de las circunstancias y las dificultades que suscitaban tales restricciones la llevaron a pagar arriendo en Patio Bonito donde una conocida que, afirma, se había hecho pasar por loca para conseguir una pensión. Luego fue a parar en un inquilinato en la localidad de Kennedy y sus recurrentes visitas a Corabastos derivaron en su amistad con Fernando Alba quien la llevó a la parte alta de la montaña a construir lo que ahora sería su hogar. Como ‘Rebequita’ Pérez, las familias asentadas en Piedras Blancas han llegado por el voz a voz que promete una oportunidad de vivienda y una mejora en sus condiciones de vida. Este barrio está ubicado en una de las altas montañas del oriente de Soacha, Cundinamarca, y refugia cerca de 80 familias. La ubicación del lugar permite ver, además del municipio del que hace parte, el Embalse del Muña y las autopistas que lo surcan, una sección de Bogotá y el río que lleva su nombre, el parque Maiporé y la ciudadela que lo encierra, los barrios aledaños de Los Cerezos y Altos de la Florida, y la otrora emblemática, aunque ahora cerca del olvido, Piedra del Varón del Sol. La velocidad de los vientos que alcanza el lugar estremece las maderas, los cartones, las latas y los plásticos que recubren las viviendas. El crujido de las tejas se confunde con el traqueteo de los martillos que enderezan las canaletas y las manos que ajustan los postigos. Mientras se deshojan los árboles que custodian su vivienda de la inclemencia del viento y se recubre de arena su tanque de agua potable. Recordando lo que sintió cuando llegó hace 13 años, ‘Rebequita’ Pérez nos dice: “Esto me pareció un paraíso”.

Vista de Soacha desde la comunidad de Piedras Blancas. Piedras Blancas, Soacha. Mayo de 2022. María Barrios.

 María Barrios. Cortesía MANADA 2.0

Le dije: ‘Ole, usted todavía vive en una loma’, me dijo ‘claro, allá vivo’- ‘¡ay! ¿me lleva?’, entonces dijo ‘¡Claro! Y antes compra un lote’. Nunca se me había pensado sino seguir pagando arriendo.

La fachada de la casa de ‘Rebequita’ Pérez está en obra gris: sin duda, un detalle inusual en las viviendas del barrio. Unas grandes piedras, algunos pedazos de ladrillo y un par de troncos secos mantienen férreas las tejas ocre que por años han resistido los embates del clima. Sobre una esquina de la casa se levantan los restos de lo que hace muchos años fue un árbol frondoso y que ahora sirve como un improvisado poste de luz. Los aleros del techo permiten que en épocas de lluvia el agua caiga por una canaleta hasta un robusto tanque de plástico. Tres baldes de 5 galones que antes guardaban pintura, dos bidones de agua de 20 litros y dos garrafones de 5 litros están dispersos alrededor de la casa esperando un fuerte aguacero para ser usados. Frente a la casa hay un cuarto de dos metros cuadrados que alberga una cocina de leña, unas cuantas piedras tiznadas, una rejilla carbonizada, una olleta chocolatera y una olla a presión. Bajo la única ventana de la fachada hay un tanque de agua abarrotado con varas de aluminio que tienen por función garantizar su forma y pervivencia. Este tanque, y los demás que abundan en el barrio, es recargado ocasionalmente por las mangueras que bajan de las reservas de agua que la comunidad garantiza para su bienestar o por los carrotanques que esporádicamente avistan el lugar. La comunidad de Piedras Blancas se ha levantado a través del trabajo colectivo, la identidad con el territorio y la esperanza de un futuro con mayores oportunidades, comodidades y seguridades. Su historia reciente se reconstruye a partir de los relatos que han heredado de Jorge Eliécer Padilla, el primer habitante del barrio, y las experiencias que han acumulado por poco más de 10 años como pobladores del territorio que hoy reivindican y defienden. Pese a que el barrio no sea longevo, la historia del territorio en el que habita la comunidad se remonta a épocas prehispánicas y constituye, quizás, el antecedente de su resistencia, tenacidad en el trabajo e identidad comunitaria ante la crudeza de las circunstancias de sus historias de vida.

— Esa grande es la Piedra del Varón del Sol. Es patrimonio arqueológico. Muy importante — nos dice Edwin Vela, líder de la comunidad de Piedras Blancas, a escasos metros del lugar que antes era un lugar de adoración, o sitio de comunicación de saberes o espacio de expresión ritual por parte de los muiscas entre los siglos VIII al XVI. La piedra tiene inscrita una figura en pigmentos rojos. En algunas secciones se observan trazos finos y en otras trazos gruesos y amplios. No es muy claro el origen y el significado, o la función, que cumplían estos pictogramas para los pueblos prehispánicos, según afirma la Fundación Erigaie en su informe final Reconocimiento, documentación, registro y divulgación de sitios con arte rupestre del municipio de Soacha del 2015. Sin embargo, es posible sostener que se trata de arte rupestre cuyas características son la expresión de grabados o pinturas. Para el caso del arte rupestre encontrado en el municipio de Soacha, señala la fundación, la mayoría de pinturas encontradas ilustran elementos abstractos que no parecen representar objetos materiales de los pueblos prehispánicos o entes naturales de su contexto.

Piedra del Varón del Sol. Piedras Blancas, Soacha. Marzo de 2022.

Soacha ha contribuido en gran medida al conocimiento arqueológico colombiano, no solo por la existencia del arte rupestre encontrada en las piedras de los cerros del municipio, sino por la riqueza que se ha podido desenterrar y que va desde restos óseos humanos hasta objetos cerámicos y metalúrgicos. Durante el periodo de la conquista, los pictogramas fueron intervenidos por los españoles por ser considerados manifestaciones de idolatría contrarios a la fe católica y asociados con representaciones diabólicas o vinculadas a espantos. En el siglo XIX, luego del proceso de independencia, se data el reconocimiento de algunas rocas con pictogramas en procesos como la Expedición Botánica, la Comisión Corográfica y el trabajo de Ezequiel Uricoechea de 1854 'Memorias Sobre las Antigüedades Neogranadinas', en las que describe las inscripciones en las piedras que observa en su paso por el municipio de Soacha. Es en el siglo XX en donde se aborda directamente el asunto del arte rupestre del municipio y la región y se constituye un corpus documental para el estudio científico e histórico del fenómeno. En el siglo XXI los esfuerzos por comprender estas manifestaciones no han sido menores, tal como puede observarse en el trabajo de la Fundación Erigaie, pues diferentes entidades han contribuido con la identificación y el estudio del patrimonio en la región. Cerca de la Piedra del Varón del Sol hay amplias y profundas excavaciones. "Hace tiempo una gente vino aquí con la idea de que ahí debajo había riqueza, oro y joyas de unos indios, y empezaron a abrir huecos a ver qué encontraban. No encontraron nada y ahí dejaron eso", dice Edwin Vela durante nuestro recorrido. La Fundación Erigaie al respecto señala que “la actividad del saqueo es la constante en todos los sectores con arte rupestre. Esto se evidencia en excavaciones ilegales alrededor de las piedras con pinturas, en donde se buscan supuestos tesoros escondidos. El saqueo de los sitios sagrados indígenas comenzó desde el mismo contacto con los europeos en el siglo XVI, es así que la tradición de perforar el suelo y destruir las mismas piedras pudo tener su origen desde ese momento”. Y no solo los intentos de saqueo han puesto en peligro el patrimonio arqueológico del territorio, también las haciendas coloniales y republicanas con sus cambios en el uso del suelo; la construcción urbana a gran escala y la ubicación de minas y canteras a cielo abierto.

La problemática de las minas fue un asunto con el que la comunidad de Piedras Blancas tuvo que lidiar hace algunos años; si bien no por su intervención en el patrimonio arqueológico del lugar, sí por el impacto de sus operaciones en el bienestar físico de los niños, jóvenes y adultos. "Los de la CAR bregaron muchísimo para sacar a los carboneros. Los llevaban por la noche, los dejaban 72 horas detenidos y al otro día llegaban y seguían quemando carbón. Porque es que de eso vivían. ¿Qué más podía hacer esa pobre gente? Tenían que hacer algo para poder vivir", dice entre risas ‘Rebequita’ Pérez al preguntarle por los carboneros que hace años vivieron en el barrio. Al caminar por los predios donde trabajaban estas familias quemando carbón se encuentran los vestigios de las plataformas de concreto en las que se ubicaban sus hornos. El suelo renegrido de estos espacios contrasta no solo con la vía árida y blanquecina que atraviesa el lugar y en la que transitan los pocos vehículos que llegan a verse en las inmediaciones del barrio, sino con los tumultos y arrumes de piedras blancas partidas que yacen en los bordes del camino sin, al parecer, propósito alguno. "Tuvimos problemas muy graves de salud. Donde ven ese asentamiento eso existía era una carbonera. Una quema de carbón a cielo abierto. Entonces, pues claro, empezaron con los hornos allá y empezó a crecer el emprendimiento. Ya no eran dos quemadores ni tres sino que de un momento a otro llegaron como quince. Entonces la cantidad de hornos era impresionante. ¿Usted se puede imaginar cómo era esto a las cinco de la tarde cuando esos hornos empezaban a echar humo, la brisa jalaba ese humo y eso llegaba a todas estas casas? Entonces claro, la señora de acá: al hospital. La abuela: hospitalizada. El hijo de Edwin: grave. Era una locura", cuenta Yomaira Socarras sobre los asentamientos y el trabajo de los carboneros tiempo atrás. En su labor como líder social asumió la tarea de reclamar un ambiente seguro para su comunidad. Cuenta que sobre las 11 o 12 de la noche escalaba entre las cuadras del barrio para llegar hasta las quemas de carbón a reclamar a los trabajadores por el daño que estaban causando a la comunidad con sus actividades. Luego de algunas discusiones lograban llegar a un acuerdo. Los fines de semana, señala Yomaira, era aún más complicado porque las familias encargadas de la quema se iban del lugar y dejaban a un cuidandero a cargo de la operación, que, entrada la noche, se hundía en un sueño tan profundo que ni la humareda más espesa perturbaba su letargo y ella debía despertarlo para que tomara cartas en el asunto. Luego de seis años de continuas discusiones y controversias con la comunidad, los carboneros abandonaron el barrio y buscaron explotar recursos en otros lares. El abandono no es una palabra ajena en la historia de Piedras Blancas: el caso de Jorge Eliécer Padilla es una muestra y su historia pervive por la tradición oral que la reivindica. Desde el sur de Bolívar salió al centro del país desplazado por la violencia. Llegó a la parte alta de la montaña por allá en el 2001, en donde cuentan que él contaba, acordó con los presuntos dueños de las tierras levantar su rancho a cambio de cuidar las parcelas aledañas. No fue sino hasta el 2008, se dice, que encontró compañía en Fernando Alba y poco tiempo después en ‘Rebequita’ Pérez. De los testimonios de algunos habitantes del barrio de Altos de la Florida -ubicado justo debajo de Piedras Blancas- se podría inferir que el infortunio y la desgracia lo habrían acompañado hasta lo más alto de la cuesta, pues, en una ocasión, por un olvido quizás o un mal manejo de su fogón de leña, su ambicioso rancho de dos pisos levantado con la fuerza de su trabajo y el vigor de sus anhelos sucumbió ante el fuego y quedó carbonizado con cerro y todo. En esa ocasión, sus vecinos de Altos de la Florida subieron a darle una mano.

Él se empezó a meter allá en lo que pasaba en los otros barrios. Él se iba por allá hasta abajo a codo a codo a ver cómo aprendía a firmar ¡Como no sabía leer ni escribir!

La integración de Jorge Eliécer Padilla con las dinámicas de los barrios cercanos contribuyó a que dejara su impronta en el levantamiento de Piedras Blancas y a que construyera los lazos de fraternidad que garantizarían su sepulcro. Se dice que participaba en las actividades de los barrios de abajo porque en ese momento no existían los sectores que actualmente forman el territorio. "Él se empezó a meter allá en lo que pasaba en los otros barrios. Él se iba por allá hasta abajo a codo a codo a ver cómo aprendía a firmar ¡Como no sabía leer ni escribir! Y en todas las charlas que traían las organizaciones ahí lo asesoraron y él fue aprendiendo. Después montó un proceso y ya sacó papeles de su propiedad", cuenta Yomaira. Luego de un arduo camino por parte de la comunidad, el cuerpo sin vida y en un avanzado estado de descomposición de Jorge Eliécer Padilla fue entregado por la Fiscalía a Yomaira Socarras y a Alex Torres. No podían abandonarlo. "A él lo matan y no le aparece familia. Hasta el sol de hoy no le aparece familia. La Fiscalía lo iba a pasar como NN y entro yo a decirles: ‘nosotros queremos que a él nos lo entreguen para enterrarlo como comunidad ¿qué tenemos qué hacer? Yo me responsabilizo’ Y me piden unos requisitos que yo no cumplo, como tener personería jurídica. Entonces me apoyo en Alex Torres y le digo: ‘hermano, acompáñeme en este camino’. Duramos un mes completitico para que nos entregaran ese cuerpo", dice Yomaira. Luego del proceso de reconocimiento, el cuerpo de Jorge Eliécer Padilla fue enterrado por la comunidad en el cementerio municipal de Soacha y su casa fue ocupada por Fernando Alba quien rara vez sale y quien pocas veces habla.

La casa de ‘Rebequita’ Pérez tiene un baño, un cuarto pequeño y una habitación principal. En el baño hay un espejo, una crema dental, un pocillo sin oreja y algunos baldes de agua. El cuarto más pequeño actualmente está ocupado por bolsas de distintos colores, maletines, tulas de fique, una silla amarilla y una almohada sin funda. "Por aquí deben estar esas tarjetas. Qué pena con usted el desorden", dice ‘Rebequita’ Pérez sacando las carteras que tiene dentro de los maletines que saca de las bolsas de plástico "para mostrarles cuando yo era enfermera y actriz… para que me crean porque si no ¿no ve que no me creen?". Al entrar en la habitación principal lo primero que se encuentra es un comedor con dos sillas y un pupitre de colegio. La habitación tiene dos ventanas cubiertas por velos que se sostienen con un cable que brota de la pared. Al lado de una pequeña mesa de noche atiborrada de objetos como facturas de pago, medicamentos, un anillo, una lámpara, un pocillo con un cuncho de café, tres cajas de galletas navideñas, un collar, algunos lapiceros, varios tarros de crema, un control de televisor, unas monedas desperdigadas, papeles con anotaciones tal vez importantes, un pequeño celular, ganchos de alfiler, algunos botones, unas gafas violeta medicadas junto a su estuche, hilo para coser, un cortaúñas, un papel de lija y un tubino de papel higiénico estropeado, está su cama cubierta con un edredón de crochet de figuras geométricas colores negro, azul oscuro, azul cielo y blanco acompañado de una almohada con funda verde esmeralda. Hasta hace poco tiempo ‘Rebequita’ Pérez pañetó las paredes y un mes atrás compró e instaló en el piso las tabletas de cerámica que le dieron otra cara a su hogar. Cuando llegó hace 13 años a lo que hoy sería Piedras Blancas arrumó su cama en un ranchito del lote mientras le ayudaban a construir su casa. "Yo (sic) lo que me importaba era que me construyeran mi casita. Vino un señor y me dijo ‘yo le construyo la casita, yo se la construyo’ le dije ‘cuánto me vas a cobrar, ala’ Ya no me acuerdo cuánto me cobró, pero le dije ‘le doy cien mil pesos y le pago después de que me la arregle’, me dijo 'no, me da doscientos mil pesos' y así repetimos como 3 veces y le dije 'bueno, le doy los doscientos' y al otro día… no volvió nunca. Me los robó", cuenta con nostalgia ‘Rebequita’ Pérez. Luego pagó a otra persona que le construyó la casa en un mes aproximadamente, según recuerda, y que adecuaría hasta hace poco tiempo que empezó a reformar el lugar. "Esto estaba sin pañetar ni nada… todo feito. Cuando un día se me ocurrió decir ‘bueno ¿y yo por qué no pañeto?’ Yo había colocado cortinas por todos los lados ‘ya estoy cansada de mirar chiros y chiros’ entonces llamé a un señor que me pañetó la casa, pero me cobró muy caro, pero dije ‘ay, que de pronto se vaya y me robe ¡dejémoslo que construya por eso! Ay, Dios mío’", sostiene ‘Rebequita’ Pérez. Ella llegó al barrio por problemas económicos y en búsqueda de un lugar cómodo y tranquilo donde vivir. Sus motivos de llegada al territorio no son peculiares, pues, como señala Yomaira Socarras, si bien la población que allí habita podría clasificarse en tres grandes grupos, las precarias circunstancias económicas constituyen uno de los principales factores por los que las familias llegan al barrio y a las laderas cercanas: “El primer motivo y el fundamental es el socioeconómico. Hoy, pagar un arriendo es súper costosísimo. La mayoría de la población que primero llegó acá era población que trabajaba en abastos. Entonces bueno: iban y desgranaban. Hoy podía llegar bastante viaje de alverja y podía irles bien, pero mañana no. Entonces no había mucho para ellos subsistir. Entonces la única forma fue llegar a estas partes y comprar estos predios porque eran predios que se los daban a uno muy económicos ¡y a cuotas!. Así había posibilidad de hacer una vivienda y traer sus hijos. Con lo se paga un arriendo puede dárseles mejor alimentación”.

Y fue en Corabastos donde ‘Rebequita’ Pérez trabajó durante largos años antes de recibir el subsidio del Estado de adulto mayor con el que hoy cuenta. Pero no siempre fue así. "Yo trabajaba en hospitales y clínicas porque yo estudié auxiliar de enfermería para trabajar en hospitales y clínicas. El último hospital en el que trabajé fue el San Juan de Dios, pero allá no era seguro sino por cuenta de beneficencia. Cuando estaban empezando a hacer la Shaio yo trabajé allá en esa clínica. Eso era una casita muy pequeñita. Ahora es una clínica muy lujosa, yo he ido varias veces, pero ahora no es ni la muestra de lo que era cuando yo trabajé", dice ‘Rebequita’ Pérez mientras saca de una carpeta de cartón los certificados que fueron expedidos en los años sesenta y setenta como constancias de trabajo de las clínicas en donde prestó sus servicios. Entre los que aún conserva está uno del Hospital Infantil “Lorencita Villegas de Santos” que acredita que trabajó allí del 27 de febrero de 1962 al 29 de febrero de 1964; también uno de la Clínica San Diego con fecha del 5 de mayo de 1971 y que indica que los acompañó durante 5 años; y uno de la Fundación Clínica A. Shaio. en el que se lee “Se retiró de esta clínica, habiendo sido un pesar perder sus servicios”, del 27 de agosto de 1967. "En esa época le pedían a uno un papel para que lo recibieran en la otra clínica o donde uno quisiera o donde le pagaran más. Nunca porque yo fui mala trabajadora me echaron. Yo me salía bien, pero me iba porque me pagaban mejor", cuenta ‘Rebequita’ Pérez.

En esa época le pedían a uno un papel para que lo recibieran en la otra clínica o donde uno quisiera o donde le pagaran más.

Las dificultades económicas también trajeron al señor Marco* Valero y a su esposa Flor Salazar a Piedras Blancas hace dos años y medio. Viudos, ambos, se conocieron en Monterrey, Casanare. "¡Yo era marranero!", dice entre risas el señor Valero: " Iba en moto a recoger la lavaza allá a la casa, a donde ella que tenía dos restaurantes. Ahí nos encontramos". Tiempo después tomaron la decisión de salir para Bogotá. "Ya qué hijuemadres, ya los chinos estaban todos grandes y dijimos ‘vamos a la ciudad a poner alguna vaina’. Llegamos ahí abajito del mercado chino en Patio Bonito ¿lo conoce?, donde una prima de Flor. Ahí empezamos. En Patio Bonito alcanzamos a tener un restaurante. Luego salió la vaina de las máquinas. Me salió una plata y dije ‘vamos a comprar unas máquinas’. Compramos tres máquinas. Empezamos a hacer pantalones, a hacer chaquetas. Hace como cinco años", dice el señor Valero. Durante un tiempo trabajaron ensamblando chaquetas con un empresario que tenía alrededor de cinco satélites de confección en distintas partes de la ciudad. "Después cambiamos. Dejamos de hacer eso y encontramos a la patrona de ahora. Después nos fuimos a vivir por el lado de la Avenida de las Américas, por Banderas. De allá salimos porque pagábamos millón cien mil pesos. Caro", cuenta. Luego fueron a parar al barrio San Martín, en Soacha. "De ahí nos salió el negocio de comprar este lote y nos vinimos para acá. Ya estaba construido… Ahí llevando el arrume, pero ahí vamos", sostiene el señor Valero. Y el arrume al que se refiere es al de mangas, cuellos, hilos, telas, bolsas con cremalleras y taches con los que ensamblan las chaquetas de las que son satélite. El techo de su casa es alto. Está sostenido por vigas de madera de las que se desprenden varios bombillos y de la que cuelga un chinchorro en donde una bebé descansa. Las claraboyas y las cinco ventanas que tienen los proveen de la luz necesaria para hacer su trabajo. A Bogotá bajan de vez en cuando a llevar lo que producen y a recoger los materiales para ensamblar más mercancías. "Solamente vamos por eso. Uno va al almacén, entrega y le pagan o le giran la plata después. Depende lo que haga le pagan. Si usted hace cinco chaquetas, cinco chaquetas le pagan. Si lleva cien, le pagan cien. Si lleva quinientas, quinientas le pagan en efectivo". Tras un silencio, dice: “Eso es barato. La hechura vale como 4.500 y 5.000… Depende, hay otras como de 12.000 pero llevan más trabajo”, mientras abre con una prensa los ojales de la chaqueta que está ensamblando.

El señor Valero, en la casa-taller de su familia. Piedras Blancas, Soacha. Mayo de 2022.

El segundo grupo que podría caracterizar a las personas del barrio de Piedras Blancas, según la clasificación de Yomaira Socarras, son los desplazados por el conflicto armado. "Los desplazados a la primera parte a la que llegaban era a Soacha. Estos terrenos dados a cuotas de una u otra manera les dan una facilidad de que la gente haga una vida en medio de las necesidades",  dice Yomaira. Además del caso de Jorge Eliécer Padilla, su historia es un ejemplo de las dificultades que tienen los desplazados por el conflicto y la violencia en Colombia. "Yo, por ejemplo, soy desplazada por el frente 40 de las Farc. Otros vienen por las autodefensas. Otros vienen por diferentes grupos insurgentes que, inclusive, nunca se dieron cuenta de quiénes fueron", señala. Su camino por el país, en parte, se debe a que su esposo fue soldado profesional y tuvo que recorrer distintas regiones para cumplir sus labores. Aunque oriunda de Valledupar, Yomaira Socarras ha vivido por fuera del departamento del Cesar por más de 27 años. Vivió en Cúcuta, Villavicencio, fue desplazada de Istmina, Chocó en el 2008, pasó por Medellín, Bogotá y ahora está con sus cuatro hijos en Soacha. "Yo llego a Bogotá y me radico en Kennedy en el 2008. Un vecino me dice ‘vea, en Soacha están vendiendo estos predios’. Y yo vine. Vi mucha necesidad. Era una loma sin población. De… no, ¡de uno! porque los otros estaban haciendo sus casitas. Y dije ‘voy a ver cómo me mido allá’ Y compré acá y dejé ahí. Me tengo que quedar en Kennedy casi un año porque mis hijos estudian en Bogotá, entonces tenía que sostenerme un poquito allá porque el tema del traslado y eso… Y en el momento que ya terminan yo tomo la decisión de venirme porque ya los recursos no alcanzaban. Por esa cuestión yo llego a Soacha" cuenta Yomaira.

La elección de Yomaira Socarras como presidenta de la junta de acción comunal de Piedras Blancas fue un consenso de la comunidad al ver su activo trabajo en el territorio y su constante acompañamiento a los procesos que diferentes organizaciones venían haciendo con los niños en otros sectores y en los que ella quería vincular a los habitantes de Piedras Blancas. El estatus de ilegalidad bajo el que tenían al barrio dificultaba el acercamiento a procesos de formación para niños, jóvenes y adultos. Su cercanía con el presidente de la junta de acción comunal de Altos de la Florida Tercer Sector, Alex Torres, permitió que los habitantes de Piedras Blancas pudieran participar en diferentes actividades de integración y formación para niños y mujeres. A partir de allí, en el 2016, la comunidad le dijo a Yomaira Socarras que asumiera el rol de la presidencia de la junta y dirigiera los procesos del barrio. "En estos temas de formación y emprendimiento siempre sale más mujer que hombre. Cuando se trata de pronto de aprender a la costura, que bisutería, el tema de fomi, esos muñecos navideños… siempre sale es la mujer", señala Yomaira sobre la activa participación de las mujeres en los procesos que se organizan en con la comunidad. Impávido y con la mirada firme me dice sin titubeos “a mí no me evangelizó un ser humano… a mí me evangelizó el mismo diablo”. Se recata a responder lo que le preguntan. Con vehemencia agita su mano izquierda para hacer énfasis cuando asume que es necesario. Mide cada respuesta y solo retira su mirada del interlocutor para darle una señal a su perro de que debe quedarse quieto. Al llegar a su casa, el señor Luis Torres* nos recibió con el agrado de quien recibe una visita por largo tiempo esperada. — Siga allá y se sienta mientras limpio la cagada de esta vaca — dice Luis Torres* refiriéndose a los destrozos que dejó por el pasillo su perro, un pequeño poodle con el lomo amarillo, el cuello ocre, el pecho marrón y las patas ennegrecidas que él llama Cus Cus. Luego de quitar del piso las heces del animal con una escoba y un recogedor, Luis Torres* saca de su tanque negro de mil litros varias poncheras de agua y las riega por el suelo para eliminar, o esparcir a otros recovecos, todo rastro de suciedad. Una vez declarada la emergencia sanitaria del Covid-19 salió de Patio Bonito a Piedras Blancas. Las restricciones le impedían ejercer su oficio de vendedor ambulante, de helados en ese momento, y la estrechez de las afugias económicas lo obligaron a buscar un techo donde resguardarse y otro oficio con qué conseguir lo del sustento diario. Compró a un joven vendedor la casa que actualmente habita y se dedicó, en sus palabras, “a destruir el bosque pa’ poder comer” vendiendo troncos de árboles que pueden ser usados como vigas en los techos durante los procesos de construcción: “varas pa’ hacer ranchitos” dice. "Yo soy del Meta. Llegué a Bogotá en el 2007 que salí de por allá de pagar cárcel. Llegué a Bogotá, ahí sí como dice el dicho, con una muda de ropa puesta y la otra en una bolsa. Y ahí me quedé", cuenta. Al igual que otros habitantes de Piedras Blancas, años atrás vivió en otros barrios hasta que tuvo la necesidad de salir. Vivió en el Lucero, San Joaquín y Yomasa antes de llegar a Patio Bonito, en la localidad de Kennedy, en el 2010. Como otras personas en Piedras Blancas, la violencia y el conflicto también marcaron su camino. Los paramilitares lo desplazaron con su familia en 1993 de El Castillo, Meta, y con amargura cuenta que no ha podido recibir indemnizaciones o apoyos por parte del Estado en su condición de víctima del conflicto pese a haber seguido el conducto regular de declarar su caso ante los órganos competentes hace década y media. Su madre y su hermana, que actualmente viven en Acacias, Meta, y con las que aún tiene contacto, tiempo atrás le insistían en acercarse al evangelio y profesar el cristianismo. "A mí no me gustaba. Yo decía que no. Cuando usted no le gusta el caldo, ¿qué le dan? -dice Luis Torres* mientras espera mi respuesta-. Ah, bueno. Cuando usted no le gusta el evangelio dios le da el doble". Su proceso de evangelización por parte del mismo diablo, como él lo relata, fue hace cinco años aproximadamente. "La mujer con que yo vivía… a ella se le metió un espíritu. Y él hablaba conmigo y él me comentaba que ella tenía que ser salva porque era muy duro vivir donde él estaba, el espíritu, el malo. Él había sido novio de ella en vida. Entonces él permanentemente donde ella va la cuida. Él me decía que el lugar donde mi papá estaba era el mejor lugar que podía existir, o sea, el cielo. Y que a ese mismo lugar tenía yo que llegar. Ese señor duró aproximadamente año y medio hablándome, lidiándome. Llegó en un momento muy oportuno porque yo estaba comprando una pistola para matar a una señora. ¿Si ve cómo dios hace las cosas con el ser humano? -pregunta dirigiéndose a mí- Cuando él tiene un plan con cualquier persona él lo agarra porque lo agarra". Luego de un silencio, el señor Luis Torres* retomando su historia dice: "Y él en ese momento me dijo ‘no compre esa pistola’. ¿Cómo sabía él? ‘Esa pistola a usted lo mete en problemas y a la vez se echa un pecado más encima… ¿Esa pistola le está costando a usted 800 mil pesos?’ le dije, ‘sí, señor’ y dijo ‘la biblia le vale por ahí 50 mil’ " y de esta manera, el espíritu del hombre, que además era exguerrillero y que con aflicción y pesadumbre lamentaba su destino, persuadió a Luis Torres* de convertirse al cristianismo, asistir a la iglesia y profesar la palabra de Jesucristo. Cuenta que viajó a Acacías, se arrepintió y su madre lo entregó a los brazos del señor, ‘me dio el voto de arrepentimiento’. Para bautizarse el pastor le dio dos opciones ‘casarse o separarse porque así viviendo en unión libre no lo puedo bautizar. Es pecado’. Luego de pensarlo, habló con su pareja del momento y se bautizó. "Yo desde que me separé de ella no volví a saber de él", afirma Luis Torres sobre el espíritu del hombre que marcó su vida. Yomaira Socarras afirma que “la otra población que tendríamos aquí, la tercera, sería la población inmigrante” y, en particular, aquellas familias que han llegado de Venezuela. "La situación de ellos es muy difícil, yo lo coloco también como un caso de desplazamiento, porque uno cuando lo ha vivido uno sabe qué es llegar a un territorio sin nada, de pronto con sus hijos y no traer nada. Eso me pasó a mí. Es un poco complejo. Pero… hemos tenido un buen trabajo con los inmigrantes que están aquí asentados, radicados, ha sido una muy buena convivencia" afirma Yomaira. Según el informe Distribución de venezolanos en Colombia 2021 de Migración Colombia, 1.8 millones de venezolanos habían llegado al país a finales de agosto de 2021. Se estima que Bogotá es el municipio que más concentra población migrante del vecino país, con más de 393 mil personas, y que Soacha es el décimo municipio con mayor acopio de población venezolana, con más de 33 mil habitantes, por debajo de ciudades capitales como Medellín, Cúcuta, Barranquilla, Cali y Bucaramanga. Por su parte, el reporte Migrantes y refugiados en tránsito provenientes de Venezuela del Consejo Noruego para Refugiados ha señalado que los migrantes venezolanos en Colombia, en general, han sufrido violencias como discriminación institucional y xenofobia. Además, esta población ha enfrentado dificultades como falta de acceso a la salud, explotación sexual, informalidad laboral, bajos niveles de salubridad y condiciones precarias de vida por falta de vivienda y alimentación. Maryoly Perdomo es migrante venezolana y vive en Piedras Blancas hace un año. Su casa fue donada por una fundación y levantada por jóvenes voluntarios luego de un proceso de reconocimiento de necesidades y vulnerabilidades de su núcleo familiar. Su esposo salió de Venezuela a Colombia hace 4 años mientras ella vivía con su suegra, su hijo de 3 años y su hija de 14. Un año después, Maryoly Perdomo vino al país con su hijo y se reencontró con su esposo en medio de las dificultades económicas que significaban la migración. "Después yo conseguí un trabajito… pues, yo vendía tinto en la calle, y después por ahí cerca había un restaurante y la señora me dijo que si yo le quería colaborar y yo le dije ‘sí, pues claro, porque caminar pa’ arriba y pa’ abajo es fuerte’ le dije yo. Y me ganaba 20 mil diarios", cuenta. Durante un tiempo ella estuvo a cargo de todos los pagos y responsabilidades económicas de su hogar, pues su esposo trabajaba eventualmente en obras de construcción que repentinamente se detenían y quedaba cesante. "Seis meses yo era de lunes a lunes. Y el aguacero encima. Yo llegaba mojada. Yo era pa’ arriendo, pa’ la comida y pa’ los servicios. Él me ayudaba en la casa con el niño". En ese momento vivían en Tihuaque, en la localidad de Usme. Un día su esposo recibió una llamada, en donde le dijeron que podía tener un terreno “nos dijeron que si queríamos comprar para no seguir pagando arriendo… Y sí. pero igualito estamos pagando el lote”, dice ella sobre la compra del terreno en donde actualmente viven. Tiempo atrás Maryoly Perdomo trabajó en labores domésticas en la casa de un hombre, pero tuvo que desistir ante la inviable remuneración que de un momento a otro le ofrecieron. "Yo le trabajaba a un señor. Lo que tengo aquí es porque le trabajé al señor. Le planchaba y le limpiaba. Menos lavar, menos lavar corotos, menos cocinar. Me pagaba 50 un día. Yo iba era puro los sábados. Y en estos días me llamó y me bajó el sueldo del día a 30. A veces cuando era a planchar me pagaba 30. Y yo le dije ‘pero ¿30 pura plancha, señor?’ Y me dijo ‘no. Limpieza y plancha’ y le dije ‘no, no puedo’ porque no me da. Prefiero quedarme aquí en la casa porque ajá: 10 mil que gaste en transportes, 5 mil que le pago a la señora que me cuida el niño. Me quedan son 15. Preferible quedarme aquí en la casa", cuenta Maryoly quien, a raíz de lo ocurrido, ahora trabaja en su casa y está a cargo del cuidado de su pequeño hijo y su esposo que en estos momentos se ocupa de la construcción de una casa en Piedras Blancas. El barrio ha crecido con personas de distinto origen que buscan mejores condiciones de vida y más tranquilidad ante el desasosiego de las condiciones adversas que se les interponen. En general, los habitantes del territorio dedican su tiempo de vida y fuerza de trabajo a las labores del cuidado, a la venta en plazas de mercado, a la venta informal y ambulante, al reciclaje, al servicio de vigilancia y seguridad, a la costura y confección, a la construcción y a las remodelaciones, a la comercialización de piedras blancas picadas y varas astilladas, a la preparación de alimentos en restaurantes, a la carpintería, a la plomería, a la mecánica y a la venta de abarrotes en sus casas. Quienes viven en Piedras Blancas también han dedicado su tiempo a levantar el barrio y a contribuir al bienestar general con la ejecución y el acompañamiento de proyectos que han impulsado colectivamente o de la mano de organizaciones y fundaciones.

‘Rebequita’ Pérez cuando llegó al barrio subía a su casa desde la autopista sur en un trayecto que, según habitantes de Piedras Blancas, puede tardar hasta dos horas. "Yo decía ‘voy a hacer ejercicio’ como estaba más joven y tenía más aliento yo me venía desde abajo de la avenida caminando hasta acá… lo caminaba y estaba feliz", dice entre risas. Solo una ruta conecta a Soacha con el barrio y su operación es hasta las 6:00 p.m. o 7:00 p.m. Otra alternativa es subir en jeep. "Hay unos carritos en Unisur que suben la gente a $1.500, pero muchas veces no hay carritos que suban la gente, entonces le toca a una persona pagar un transporte hasta El Altico y otro hasta acá arriba. Entonces eso siempre ha sido un poco complejo y sale muy costoso para la persona que trabaja en Bogotá", afirma Edwin Vela, vicepresidente de la junta de acción comunal. El bus y los jeeps llegan hasta un paradero en Altos de la Florida Tercer Sector, de ahí los habitantes dedel Piedras Blancas deben subir hasta la cima en la que se ubica el barrio.

Yomaira Socarras, con entusiasmo, indica que las posibilidades con el transporte en estos momentos son fruto del trabajo colectivo: “eso se hizo en forma de una cooperativa y se hizo con el líder comunal, la carta, las firmas de la comunidad porque pues se requería un transporte. Había que hacerlo empíricamente. También ha habido los casos que los carritos en los patios, que se los llevaron, que no sé qué… Y todo eso se ha tenido que vivir. Ya es, digamos, algo que Tránsito ha tenido que ceder ¡pues porque es la necesidad de la gente! La gente llega de trabajar y necesita subir acá a la loma”, dice la líder. El barrio actualmente no cuenta con servicios públicos domiciliarios. Cada familia tiene uno o varios tanques de agua que periódicamente recargan para cocinar y bañarse. Ante esta problemática, las familias del barrio han construido canaletas en los techos de sus casas con las que recolectan el agua lluvia y la aprovechan para lavar la ropa y asear los espacios de sus casas. Edwin Vela señala que “con agua potable no contamos; nos toca pagar un tancado de agua de mil litros en 30 mil, 27 mil, 25 mil… pero de ahí no baja”. Por medio de bazares, colectas y donaciones los líderes del barrio han conseguido hasta el momento seis tanques de agua que tienen ubicados en la parte más alta de la montaña para abastecer a la comunidad. Periódicamente los recargan cuando sube un camión cisterna y lo distribuyen a cada familia por medio de mangueras. "Aquí entre la comunidad se compraron los tubos, todo mundo aportamos para los tubos, porque aquí en un principio se usaba lo que era el pozo séptico… eso se llena después y son malos olores y también trae roedores, moscos, zancudos… entonces lo que hicimos nosotros fue comprar la tubería y nosotros mismos hicimos un alcantarillado artesanal. Tenemos las cajas y cada casa tiene su desagüe para sacar las aguas negras" nos cuenta Jairo Betancourt, habitante de la comunidad. Y no solo el problema de los olores y las plagas movió a la comunidad a construir el alcantarillado del barrio sino los riesgos de remoción de masa que significaba mantener por tiempos prolongados los pozos sépticos.

La luz que llega a las casas de las familias es distribuida mediante postes que han sido levantados por la comunidad. La energía se transporta a través de guayas que procuran renovar cada cierto tiempo en aras de aumentar su potencia. Esta problemática ha sido importante en la construcción del barrio porque los líderes y lideresas de la comunidad han intentado proveer a la mayor cantidad de habitantes del servicio de luz para mejorar sus condiciones de vida y se ha hecho un esfuerzo para crear zonas con algún tipo de alumbrado público. Estos proyectos han sido posibles gracias al apoyo de una buena parte de la comunidad, bien sea con aportes en trabajo o con aportes monetarios para la compra de los insumos necesarios para hacer los arreglos. "Nosotros hicimos una inversión y compramos las guayas. Trajimos los postes, los pusimos y por cada cuadra quedaron dos líneas", explica Jairo Betancourt sobre el proyecto de luz que organizaron hace unos años.

Cada poste, cada vara, cada manguera, cada tanque, cada bloque y cada teja han sido puestas con el anhelo de sobreponerse a las desdichas y adversidades de la injusticia, del conflicto y de las necesidades. En Piedras Blancas la comunidad sueña con tranquilidad y estabilidad; con actividades de formación para mujeres y hombres que no sólo les sirvan para emplearse sino para aprender y conocer; las madres sueñan con parques para sus hijos y espacios de recreación y esparcimiento; los líderes y las lideresas sueñan con el apoyo de instituciones que procuren el bienestar colectivo de las familias del barrio; los niños sueñan con educación y espacios de diversión; los desterrados sueñan con el retorno y los violentados con la reparación; Fernando Alba sueña con un techo seguro para los días encapotados; el señor Valero y la señora Flor sueñan con justicia, trabajo y oportunidades; Luis Torres sueña con servirle a Jesucristo y hacer el bien a los demás; Maryoly Perdomo sueña con el bienestar de sus hijo y de su hija; Jairo Betancourt sueña con su tienda para apoyar a la comunidad y garantizar su pensión; Edwin Vela sueña con cuidar el patrimonio indígena y promover su conocimiento; Yomaira Socarras sueña con la integración de los niños, niñas y mujeres en proyectos de formación; y ‘Rebequita’ Pérez sueña con ser feliz y que no le tumben su ‘ranchito’ quienes buscan construirle encima.

‘Rebequita’ Pérez. Piedras Blancas, Soacha. Mayo de 2022.

María Barrios. Cortesía MANADA 2.0

En cuanto termina de contarnos su historia de auxiliar de enfermería en los años sesenta y setenta, ‘Rebequita’ Pérez saca de un bolso los carnets que acreditan que fue actriz de televisión. Aún los conserva plastificados y en algunos se le ve sonriendo de felicidad y vistiendo con elegancia. "A mí me encantaba la televisión. Hacía talleres de actuación. Me llamaban a grabar. Muchas cosas grabé. Muchos años duré. Grabé muchos años y estuve muy feliz, pero ya cambié la actuación y cambié Bogotá por esta maravillosa loma", dice ‘Rebequita’ Pérez. "¿Y cómo fue la experiencia allá con todos esos actores?", le pregunta Yomaira Socarras "Y en RCN ¿cómo fue?", le preguntamos con curiosidad. Silencio absoluto. "Ella se reserva muchas cosas", dice Yomaira. Luego, ‘Rebequita’ Pérez responde sucintamente “¡Pues bonita! porque a mí me encantaba hacer esos talleres y lo llamaban después a uno a grabación. Y, por ejemplo, yo estaba anotada en varias agencias dónde si no había un día había en el otro”. — Y entonces… ¿me cambio para la foto? ¿me van a tomar una foto? — pregunta ‘Rebequita’ Pérez con su voz rápida y nerviosa. — Por favor, señora ‘Rebequita’ — respondo. Al salir de su casa nos pregunta si en la puerta estaría bien que tomáramos la foto. — ¿Así? ¿O mejor contra la puerta? — nos pregunta. — Como usted quiera, señora ‘Rebequita’ — respondemos. — Así entonces — concluye ella recostando su cuerpo en la columna de la puerta e intentando sonreír ante el sol que la encandila. SERGIO VILLEGAS ​PROYECTO MANADA 2.0 Para EL TIEMPO

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